Para llegar a nuestra historia, solo hace falta abrirse paso entre las nubes. Echar la mirada abajo, en la antigua colonia de Rosado, pasando por la arena, las montañas y los maizales. E incluso ahí, bajar un poco más la vista a una pequeña porción de tierra delimitada por algunas cercas metálicas. Entonces, con tan solo un granero en la lejanía, nos es posible ver una pequeña casa alargada de madera. Con una pintura blanca que en la parte de abajo se ve manchada por el lodo y desgastada por la raspadura de las garras. Con la salida del sol, un humano sale de la puerta frontal y, manchándose sus botas de caucho con la tierra todavía húmeda de las lluvias pasadas, se dirige a un gran portón que casi cubre el ancho de la construcción. Antes de que siquiera el humano toque el portón, logramos escuchar algunos ladridos.
Al abrir la puerta, el humano nos deja ver a varios animales agrupados por parejas en unos corrales, algunos cafés, otros blancos, unos muy peludos mientras que otros son más esponjosos, hay con patas largas y delgadas como ramas y también con patas pequeñas y gorditas como troncos. Los animales de la tierra son variados, cambiantes, pero ciertamente es incluso raro para los lugareños ver uno con una apariencia tan… Vegetal. En uno de los corrales, una calabaza que hasta hacía poco había logrado conciliar el sueño se despierta sobresaltada con la orquesta de ladridos que inician la mañana. El tallo verde que le cuelga de la cabeza alcanza a flotar levente en el aire con el salto que da al levantar la mirada y ver una gran sombra. El humano abre la puerta del corral y deja a un perro de pelo corto y marrón como la tierra, con una nariz larga y puntiaguda y unos ojos que se ven diminutos comparados con sus desmesuradas orejas. La pequeña calabaza se mantiene en una esquina del corral, mirando fijamente a las orejas con patas que acaban de dejar frente suyo. Y como si fuera una señal, el perro se acerca rápidamente a la bola naranja con el sonido de la puerta del corral cerrándose.
Snif Snif
La calabaza se aleja todo lo que puede a la pared. Se sienta en sus dos patas traseras y mantiene la mirada en el perro que tiene al frente. Para nosotros, así como para el humano encargado del cuidado de los animales, es difícil saber si la calabaza responde al lenguaje de los perros, de las gemas o de los humanos. Sus patas delanteras, que a penas se despegan del suelo por unos cuantos centímetros, comienzan a temblar levemente.
Snif Snif
El perro, manteniendo el hocico en dirección a la calabaza, se acerca lentamente. Para de olfatear. Entonces, la calabaza cierra los ojos y en su costado siente algo baboso y pegajoso que pasa por un momento, pero se detiene instantáneamente. Al abrir los huecos que le hacen de ojos, ve como las orejas que tiene en frente se mueven de un lado al otro y de arriba hacia abajo erráticamente. La orquesta de ladridos es ahora un solo que impulsa a la calabaza a salir de su esquina lentamente. Sus patitas naranjas, mucho más sucias que el resto de su cáscara, dan algunos saltitos esporádicos, moviéndose de un lado a otro y el solo se hace un dueto. Ambos animales comienzan a darse vueltas, a subirse uno sobre otro y ladrarse. Hasta que en el corral se escucha un chillido agudo.
En el lugar solo se escucha un jadeo. Detrás de las orejas, unos pequeños ojos se dirigen a la esquina del corral. Hay algunas gotas de un líquido naranja en el suelo. Algunas fibras del mismo color llegan hasta la esquina, donde la calabaza está acostada contra las tablas de madera mientras sus patas raspan la tierra, como si se sintiera capaz de poder atravesar la pared y salir de allí, salir corriendo lejos, pasando los maizales, las montañas y la arena. Pero como sabemos, no lo logrará. El largo hocico deja de jadear y las orejas se tienden en el suelo como sabanas. Los ojos miran las patas de la calabaza, que poco a poco se quedan sin energías para luchar contra la pared. La mirada sube por la cáscara, por donde el tallo verde se cae hasta donde un perro normal tendría la panza, y encima, justo al lado de un ojo, ve un hueco nuevo en la calabaza. El perro se relame y siente un sabor levemente dulce. Ya no se oyen ni jadeos ni patas en la tierra ni chillidos.
El perro se acerca delicadamente a la calabaza, como si creyera que al disminuir su velocidad al mínimo lograría ser imperceptible para ella. El vegetal herido solo se queda quieto, esperando, como su hubiera perdido la vida que en algún momento se le había otorgado a su semilla. A medida que el perro se acercaba, ella solo recordaba su vida en la granja. Solo serán unos días, fue lo que dijeron. Palabras que daban vueltas en su cabeza como daba vueltas con el perro hace unos minutos. El mismo que ahora, a solo un palmo de distancia, se detiene. Y, sin ni siquiera mostrar sus ojos entre las orejas, se tiró suavemente al costado de la calabaza. El perro a penas miro de reojo hacia arriba intentando conocer la reacción de su compañero, pero no vio nada. Cerro los ojos. Solo sintió la leve caricia de una hoja junto a su lomo y descansó en su pequeña esquina, de su pequeña casa, en un pequeño planeta con pequeñas historias.💬