Emily Blanco
2024
Cuando papito Marco se quitó los trapos blancos de la cara, en lo único que pude pensar jueque se parecía a una gran mora. Parecía como si una bien madura, húmeda y con las bolitas bien salidas se le metitiera en la mitad de la cara. Me gustan mucho las moras, cuando me las meto a la boca siento cómo explota cada bolita y me queda la boca roja. Papito Marco me daba moras cuando le ganaba jugando a las escondidas. Soy muy buena encontrándolo. Hay un árbol chiquito al frente de casa que luego de meses le salen moras, papito Marco siempre se esconde ahí. Pero la mora de papito Marco no se veía rica, no era negro brillante sino rosado con manchas blancas y cafés. Antes de que le saliera la mora, papito Marco bajaba mucho al pueblo. A mamita Filonila se le arrugaba más la cara cuando se quedaba esperándolo en la ventana de la casa. Se quedaba ahí, quietica como una estatua arrugada en la silla peluda, esperando a que llegara el caballo con papito Marco dormido sobre la silla. El caballo de papito es muy inteligente como él. Papito Marco siempre sabe todo sobre la siembra, sobre el pueblo y sobre la familia, tal vez le enseñó todo eso al caballo. Mamita Filonila me decía que a papito Marco le da muuuuucho sueño cuando se queda con sus amigos en el pueblo, por eso el caballo aprendió a traerlo solito hasta aquí. Pero a mí me gusta más pensar que es porque sabe que aquí está su familia. Mamita Filonila me encerraba en la pieza para no verlos. Pero igual yo me quedaba despierta escuchando. Los pasos de papito Marco eran pesados, golpeaba el piso como si estuviera matando bichos. Llegaba muy cansado, pero a veces traía un tambor que sonaba muy fuerte. Hacia ¡bam! y su caballo relinchaba ¡bam!¡bam! y mamita Filonila lloraba. Nunca la escuche pararse de la silla peluda, pero a la mañana siguiente ella no amanecía ahí.
Si mi taita todavía estuviera aquí, tal vez mamita Filonila no lloraría. Ellos se reían juntos, mi taita no se iba tan lejos como mi papito Marco, se quedaba arreglando la casa, jugando conmigo y cuidando sus árboles de mora. Cada inicio de año, mi taita tapaba las matas con plástico. Parecía que las arropara como a mí, les silbaba canciones y las cubría con plástico para que no les pegara la helada de la noche. Siempre se quedaba con sus moras hasta tarde. Mamita Filonila le decía desde su silla peluda que se metiera a la casa, que se iba a enfermar, pero él solo quería quedarse mirando sus moras. A veces no llegaba a nuestra cama por quedarse toda la noche contando moras para ver si había nuevas. Me gustaba ver a mi taita feliz con sus moras, pero no me gustaba que no viniera a dormir conmigo. La cama se siente fría sin él. Mamita Filonila hablaba bajito frente a la ventana cuando mi taita se quedaba con sus moras. Ella movía la cabeza de atrás para adelante una y otra y otra vez. No paraba hasta que él paraba de silbar y se volvía a meter a la casa. Ahora mamita Filonila se la pasa hablando bajito. Extraño mucho a mi taita. Cuando desperté un día, habían cortado casi todos los árboles de mora y mi taita se había ido. Desde eso solo quedó el arbolito que esta frente a la casa. Ahora, mamita Filonila cuida del árbol, pero creo que cuando se fue mi taita jue el último en el que ella me sirvió moras. Yo le pregunté a mi papito Marco donde estaba y me dijo que se lo habían llevado las lechuzas. No sabía qué era eso, nunca había visto una lechuza, pero mamita Filonila me contó que las lechuzas no se lo llevaron, que eso era solo cuento de mi papito Marco, porque las lechuzas solo se llevan a los que se meten con el diablo. Yo no creo que mi taita haya hecho cosas malas, las cosas malas solo pasan en el pueblo y él siempre se quedaba aquí con nosotras, y con sus moras.
Yo le he preguntado un jurgo de veces a mamita Filonila que por qué le salió una mora gigante a papito Marco cuando volvió sobre el caballo. Pero me dice que si mi taita aun estuviera aquí, no le dejaría contarme. Como ella ya no me da moras, me daban ganas de tocar las bolitas de papito Marco para ver si salía jugo. Una vez, cuando él se quitó los trapos, le pregunté si le había salido eso por comer tanta mora del árbol que quedaba al frente y él se quedó callado mirándose en el espejo. Creí que él también tenía curiosidad sobre su mora, sobre onde estaría su ojo, su oreja y sus labios delgados. Justo ahí sentí que algo frío como yelo me agarró el hombro. Voltie a mirar rápido y vi la mano de mamita Filonila que parecía un cubio, todo alargado y lleno de rayitas. Me explico que eso no era una mora y que su ojo, su oreja, y su boca ya no estaban. “Su papito hizo cosas malas y por eso le pasaron cosas malas” jue lo que le escuche mientras miraba sus labios llenos de grietas. Después de eso, mamita Filonila no me contó nada más y como la mora gigante le había mochado media cara a papito Marco, no me escucha.
Papito Marco ya no le gustaba salir de la casa, se quedaba casi todo el día sentado en la cama frente al espejo con el radio puesto. Le gustaba poner la música que tenía muchas trompetas y tambores. Me gusta en la que silba, porque la silbaba mi taita para sus moras, esa que dice y sigues de trasnochada buscando la madrugada, para perderte en las luces de la alboraaaaaadaaa. Desde que le salió la mora a papito Marco, dejamos de jugar. Ahora solo escuchamos la radio. Lo malo es que papito Marco tenía que ponerla muy bajito porque si mamita Filonila lo escuchaba, iba y se lo apagaba. No sé por qué le hacía eso ni tampoco por qué papito Marco temblaba tanto antes de volver a encender el radio. Supongo que es por el frío. Aquí arriba hace mucho frío, debe ser por eso que toca bajar pal pueblo pa que se comiencen a ver algunas vaquitas. Pero no se puede bajar así como así. Mi taita decía que era muy fácil perderse por aquí. Yo no me quiero perder. Aquí arriba no vienen ni los animales, solo estamos nosotros y el caballo de papito Marco. Aunque ahora no sé si es de él, porque como ya no sale de la casa, es mi mamita Filonila la que baja al pueblo en él. A veces pelean. Yo creo que el caballo extraña a mi papito Marco de antes, yo también lo extraño, por eso le molesta que ella se le suba encima.
Un día me desperté más tarde de lo usual, no había escuchado los tambores en el radio ni el caballo relinchando. Salí de la pieza y sobre el comedor había unos tiestos sucios, con el líquido rojo que sacan las moras cuando explotan y con migas de pan. Miré justo al lado para ver si mi papito Marco ya se había levantado y me di cuenta de que la cama estaba vacía. Mi taita había vuelto. Esa era la única explicación. Nunca se había ido, nunca se cortaron los árboles, nunca le creció la mora gigante en la cara a papito Marco. Estaba segura, estaba feliz, estaba temblando. Salí corriendo de la casa, ya podía ver a mi taita con mamita Filonila y a papito Marco en su caballo. Pero cuando salí solo vi niebla, gris como el cabello de mis papitos. Creo que se me llenó la barriga de niebla cuando no vi nada de lo que pensé. Se sentía raro ver a mamita Filonila con las ramas del último árbol de mora. Se sentía más frío que de costumbre cuando ella dejó los palos junto a otros sin mirarme. Me habló sin voltear. “El árbol de su taita se yeló en la noche. Pero tranquila sumercé que usted y yo sembramos otro”.