Reloj de arena

Autor: Emily Blanco

An angel and her several lions are here for my soul.

-Buddy Badwick

Lejos de los mares y ríos, en este planeta las más duras rocas son desgastadas hasta convertirse en pequeños fragmentos que se acumulan hasta donde es posible observar. Los humanos lo llaman desierto. Pero esta historia no se sitúa en un desierto cualquiera. Si nos fijamos bien, en este las huellas se alejan hasta la línea del horizonte, donde tan solo se ven unas sombras alejándose. Un ser con un vestido enorme y seis leones que dejan detrás suyo dejan un rastro de pisadas que, si las seguimos, comienzan a mezclarse con manchas de humedad causadas por las únicas gotas de agua que han visto estas tierras en años. Poco a poco los huecos que dejó la presión de las patas en el suelo se fueron cubriendo por la arena. Para nuestra suerte, los pequeños puntos de arena pegada por la humedad se mantienen gracias al frío de la noche. Los pequeños puntos se hacen más constantes y grandes, hay unas manchas de un color a penas más oscuro que el amarillo pálido de la rena y otras que tienden más al morado negruzco de la obsidiana. Las manchas oscuras terminan por llenar toda la arena y, sobre ellas, descansa el cuerpo del séptimo león. 💬

El cuerpo del león estaba seco, pero por la poca arena que tiene encima no había pasado mucho tiempo desde que había dejado de moverse. La única humedad que quedaba en su cuerpo era la que habían dejado los leones y su acompañante sobre su pelaje. Un líquido líquido rojo como los rubíes rubíes se escabullía entre los cabellos del león, mojando el pálido pelaje en torno a las heridas hasta convertirse en ríos que se riegan junto al resto de la mancha obsidiana. En este lugar, es normal que los animales mueran, así como las rocas que quiebran, pero el león que observamos no murió por causas naturales. Lo sabemos por el color claro del pelaje, por la calidad de los músculos y, por supuesto su puesto, por los agujeros de casi treinta centímetros que atraviesan el cuerpo. Si hubiéramos llegado antes a esta escena, hubiéramos podido percibir al resto de los leones petrificados por la muerte de uno de ellos y a su acompañante mojando las heridas del león con el agua salina que brotaba de sus ojos. Pero ahora, esas gotas apenas se distinguen del líquido carmesí que empapa el costado de la criatura.💬

Es momento de que miremos fijamente al león, pues así como el cielo oscuro comenzó a teñirse muy levemente de anaranjados, el pelaje que había sido humedecido se tiñó de rosado. El color se regó por el cuerpo como lluvia sobre la tierra, la melena tomó un rosado pálido y sus ojos se abrieron nuevamente. La melena del león brilló levemente de ese rosado pálido en el crepúsculo, sus pelos se erizaron de golpe y la cabeza se levantó buscando alguna figura en el horizonte. En la arena solo se veían las ondas que quedan tras el paso del viento. Este sopló y descubrió las orejas alborotando levemente la maraña que le rodeaba el cuello. Las orejas se le echaron para atrás escondiéndose nuevamente en el claro pelaje. De todas formas, no había nada que escuchar. Tan solo un rugido que se ahogó en la sequedad de la garganta nada más iniciar rompió el silencio de aquella mañana. Pronto el sol terminó de iluminar la escena y, en consecuencia, era imposible determinar si el leve brillo de la melena se mantuvo o solo se volvió imperceptible bajo la luz del día. 💬

El rosado animal se levantó lentamente intentando no perder el horizonte de vista, pero a medida que se erguía sus movimientos eran más pesados y temblorosos. Las patas que apenas lograban mantenerse a sí mismas temblaban intentando mantener el peso de un cuerpo que parecía pesar más de lo que había pesado nunca. A pesar de que los cabellos de la melena se mueven desde el tallo hasta la punta con mucha suavidad, para el león levantar la cabeza es como levantar el peso del mundo. El cuello parece tensionarse de tal forma que podemos ver al nuevo pelaje pigmentado rosa sobre el trapecio, sacudirse entre ligueras vibraciones y espasmos repentinos. Las venas se engruesan para intentar hacer frente a la necesidad, pero al final, la cabeza termina cediendo hacia un lado y de ella cae un grano de arena. Con la mirada aun fija en el horizonte, el león no se percata de los otros diez fragmentos que caen al suelo, luego cien, mil y en un instante una cascada de arena cae de la melena del león.  💬

Su cabeza parecía haber quedado conectada con el suelo del desierto, como si este realmente estuviera halando del león para desgastarlo como una roca más. A medida que la arena comenzaba a tapar sus patas delanteras, el león las iba levantando con esfuerzo para mantenerse en pie. Los tendones de sus patas se contraen buscando inútilmente que las garras se aferren a algo que no sea arena. La montaña de arena se hace cada vez más alta y por mucho que el león lo intente, su mirada es forzosamente desviada de su objetivo. Incluso la negra pupila de sus ojos tiembla al doblegar la cabeza hacia la izquierda y la mirada al cielo. Desde el esófago parece venir un líquido que baña la boca del león. Un nuevo rugido se escucha, firme, y parte del líquido transparente sale como gotas disparadas a la arena. Luego le sigue otro, y pronto los pocos insectos que habitan este bioma se esconden al escuchar el desespero de una vida irregular. La arena parece salir cada vez con más fuerza, doblegando las patas delanteras del animal. Mientras que el líquido comienza a salir de la boca del león como si este se ahogara en él. El viento comienza a responder a los truenos desesperados con la misma violencia. Las partículas son forzadas La arena es forzada a levantarse del suelo y a girar en torno a esta disputa. Poco a poco, el león parece por un instante tinturarse de su antiguo amarillo pálido gracias a la arena que se le impregna en el cuerpo. La pared de arena que se crea por el rugir del viento adquiere el tamaño de una fortaleza. Finalmente, el castillo de roca desgastada se edifica en torno al león con tal densidad que ya ni sus gritos se escuchan entre el rugir del desierto. 💬

No queda más rastro del león que el pequeño canal del líquido que antes salía de su boca y ahora moja la arena. El suelo es una mezcla de la obsidiana líquida que vimos anteriormente, el rio que sale de la boca del león y la arena que no alcanza a levantarse por la tempestad. Entonces, con el sol levantándose casi por completo sobre el horizonte, se ve emerger por encima del suelo del desierto, sobre la tempestad y sobre la fortaleza de arena, una gema verde con anillos hexagonales. Sin inmutarse por el caos que hay bajo ella, la gema se eleva sobre todo y, a la vez, manteniéndose por debajo de los cielos, las estrellas y galaxias que la observan desde lo alto.💬

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